jueves, 22 de mayo de 2014

Ensayo Virtudes Morales

UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA
CENTRO UNIVERSITARIO DE CIENCIAS ECONOMICO ADMINISTRATIVAS
Descripción: http://imagenes.universia.net/mx/Institution/29964_Universidad_de_Guadalajara.png
ÉTICA PROFESIONAL
POR: JOSE ANTONIO AVILA RAMIREZ
¨LAS VIRTUDES MORALES¨


MAYO, 2014
                               INTRODUCCIÓN
Muchos creen que en el mundo existen personas buenas y malas, sin embargo en mi opinión personal todos somos iguales y tenemos un poco de ambas, y todo esto se debe a nuestras acciones, a nuestro comportamiento con nosotros mismos y con los demás.
Una virtud es un buen hábito, y esos hábitos que tenemos pueden ser los que aprendimos de nuestros padres, de nuestros compañeros de la escuela, de la televisión, es decir, son un resultado que aprendimos de lo que nos acompaña por más tiempo y lo adquirimos al realizarlo y verlo como algo totalmente normal; lo cual muchas veces es un error terrible cuando tenemos esa creencia cuando somos niños y apenas podemos diferenciar las acciones buenas de las malas.
El presente ensayo busca analizar de donde ocurren estas virtudes, donde debemos practicarlas, porque debemos cambiar nuestros hábitos, y porque es necesario informarse de esto.
Vivimos en una sociedad en la que las virtudes y la moral están por los suelos debido a el camino que tomas, muchas veces son juzgados terceras personas, como los padres, amistades o hasta el gobierno, pero es difícil creer que esto influya tanto en nosotros hasta llegar al punto de cometer homicidio, violaciones, injusticias y otros delitos penados por la ley, quien se encarga de corregir este tipo de conductas aunque muchas veces sin un resultado.
El objetivo de este ensayo es crear conciencia de lo que hacemos, desde nuestras acciones conscientes hasta inconscientes.

                                  DESARROLLO
Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien. Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino. 

¿Cuáles y cuántas son? Son muchísimas: un horizonte inagotable. Cuando Santo Tomás de Aquino estudia en la Suma de Teología cincuenta y cuatro diversas virtudes no pretende abarcarlas todas. Es un campo variado y fecundo en el que el alma consagrada puede ir enriqueciendo su personalidad humana, y cristiana. Para no perdernos en este trabajo puede ser útil centrar la atención en las cuatro virtudes morales cardinales. En torno a la prudencia, justicia, fortaleza y templanza, pueden de algún modo ser reagrupadas todas las demás. En cuál de ellas conviene insistir, y cómo hacerlo, depende de la situación personal de cada formando. Basta aquí mencionar solamente algunas que parecen tener una especial importancia en la preparación y en la vida de un alma consagrada y apóstol. 

Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental. Por eso se las llama ‘cardinales’; todas las demás se agrupan en torno a ellas. Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. 


 es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con el doblez o la disimulación. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.

El bien presupone la verdad y la verdad presupone el ser. Esto quiere decir que la realización del bien exige el conocimiento de la realidad.

La prudencia nos ayuda a "vivir la verdad en nuestra vida". Es esa disposición de nuestro espíritu, conscientemente formada, que nos inclina a escoger siempre el bien y, además, a atinar en la elección del mismo, en las circunstancias en las cuales no aparece tan claro cuál es el bien.
Por ello es indispensable no dejarse llevar por las impresiones provocadas por los sentimientos y las pasiones. Una regla concreta y práctica para tomar decisiones importantes, que tengan que ver con la propia vida o la de los demás es esta: para tomar las decisiones es preciso esperar los mejores momentos, es decir cuando hay serenidad y claridad; y nunca hay que replantearse tales decisiones en los momentos negativos, de oscuridad, dificultad, prueba, agitación de las pasiones o en presencia de sentimientos turbulentos.           

La prudencia, en cuanto virtud humana, ayuda a vivir según el camino de santidad, es el hecho de que la gracia y en especial las virtudes teologales infusas (fe, esperanza y caridad), constituyen elementos indispensables para tomar prudentes opciones. La luz de Dios no puede más que iluminar con mayor claridad nuestro intelecto; la esperanza afinar nuestro deseo del bien, y la caridad la experiencia del mismo. Nuestra conciencia será aún más prudente en la verdadera elección del bien para sí y para el prójimo, en orden a la salvación temporal y eterna.



b. La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada la virtud de la religión. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. 

La justicia busca dar a cada uno lo que le corresponde, en todos los órdenes de la vida y del bien. El justo busca lo que es correcto, sin parcialidades, sin egoísmos. Esta virtud implica un gran desprendimiento de sí, una gran objetividad y una actitud a salir de uno mismo, para buscar y realmente otorgar lo que es correcto a los demás

Aunque la justicia no agota el amor, tal como la hemos presentado, es actitud indispensable para el amor. Solamente un corazón desprendido de sí, abierto a los demás y dispuesto a entregar lo que le corresponde, tiene la capacidad de amar, entregando aún más de lo que es debido. El amor se construye sobre la justicia y es una continuación de la misma actitud de procurar el bien de los demás (querer bien), incluso una superación hacia más; de lo contrario el amor corre el riesgo de ser un afecto impregnado de egoísmo (que se puede manifestar en querer poseer indebidamente al otro, en autocomplacencia, deseo de ser considerado, sentirse indispensable, humanitarismo vanidoso del que quiere sentirse realizado, etc.).

c. La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. 
 La fortaleza implica mantener el ánimo en los momentos difíciles, seguir adelante a pesar de la tristeza y del abatimiento. La mujer fuerte tiene voluntad, no teme a lo difícil, no renuncia cuando todo se complica: sabe perseverar. La fortaleza transforma a la mujer en una mujer valiente y decidida que sabe que todo se puede superar, que cualquier problema tiene solución. La mujer fuerte sabe levantarse todos los días, y si es necesario empezar de nuevo, sin dejarse anular por la carga de los problemas, crisis, tristezas y dificultades. 

La fortaleza es una virtud humana directamente relacionada con la voluntad, y por lo tanto se refiere a ese gran principio que explicábamos antes: "vivir todo por amor". El bien tiene ese gran privilegio de que no se impone y se tiene que realizar libremente, por amor. Y el bien no es una norma teórica, sino que siempre es el bien de alguien: de Dios, de algún hombre, de muchos, de sí mismo. Querer el bien, es querer el bien de alguien, es amar. El mismo lenguaje en muchos idiomas identifica el verbo "amar", con la expresión "querer bien"; "te amo", se dice también "te quiero bien".

Nuestra libre voluntad opta por el bien, es decir se compromete a amar de verdad. Pero ésta no es una empresa fácil. Se presentan muchos obstáculos que hacen arredrar la voluntad en su propósito, y además el mismo bien a veces se muestra arduo de conseguir, por su complejidad o por el trabajo que requiere.

De igual manera, aunque no haya dificultades externas, el bien puede presentarse arduo por lo elevado que es y la escasa preparación nuestra, por las mil implicaciones no vislumbradas en un comienzo que retrasan y complican lo que parecía fácil, por la renuncia que nos requiere, por el sacrificio y disciplina que nos pide, o simplemente por lo desconocido que es el terreno que pisamos. Frente a todo esto y para conseguir el bien y poder amar, el hombre fuerte no se retrae, sino que se supera y persevera.


Para la fortaleza hay que saber implicar todo el potencial pasional que, bien encauzado, es la fuerza anímica de la que disponemos, tanto para evitar el mal y el peligro, cuanto para enfrentar la dificultad y el enemigo y para alcanzar el bien arduo. Sacar a relucir esos resortes pasionales que todos tenemos y encauzarlos bien, es signo de una personalidad muy rica, que actúa con fortaleza.

Por último quisiéramos recalcar que la fortaleza es mayor, y probablemente es posible hasta el heroísmo, cuando hay un gran amor: una mamá saca fuerza de donde no tiene para ayudar a un hijo en peligro; los recursos se multiplican, la energía se agiganta.

d. La templanza. La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados.
La templanza es la virtud cardinal que se refiere al dominio de las potencias pasionales, es decir todo lo que se refiere a la fuerza de actuación que reside en nuestra psicología y nuestra alma: fuerza pasional tanto corporal, como psíquica y espiritual.


La fuerza pasional, como los múltiples aspectos de la personalidad, está sometida al desorden causado por el pecado original, y con frecuencia la persona puede experimentar impulsos, propensiones hacia lo que no es bueno y desviaciones a pesar de ver el camino correcto. Se requiere lograr un dominio y un equilibrio voluntario, conquistado por el querer consciente del individuo.

En este esfuerzo no cabe duda que una parte fundamental está asignada al sacrificio y a la renuncia. Pero no se reduce el trabajo a eso; sobre todo se trata de encauzar el potencial pasional al bien. Se necesita amar. Cuando se ama de verdad a Dios y a los demás hombres, se purifica toda el alma y toda la vitalidad que nos caracteriza sale a flote como un don precioso. No hay que olvidar que el amor busca el bien verdadero y es eso lo que regula de la mejor manera la actividad, la fuerza pasional puesta al servicio de la verdad.
Un ejemplo: una fuerza pasional espiritual mal encauzada puede ser el odio, causado por daños u ofensas recibidos; la razón inspirada por la fe, ordena el amor, y esa fuerza pasional puede ser encauzada hacia el perdón, que implica experiencias de entrega, actos de apertura a los demás, etc., mucho más intensos y válidos que el desahogo provocado por el odio y el rencor.

Cuando hay una persona llena de templanza, hay una garantía de su pleno rendimiento en su vida: en su tiempo, en el aprovechamiento de sus cualidades espirituales, morales y físicas, en la mayor decisión de perseguir los objetivos de bien.






CONCLUSIÓN
Estas 4 virtudes nos demuestran que si se puede llegar a ser buenas personas y estos beneficios que obtenemos a cambie, debemos aprender que siendo malas personas no lograremos tener esa paz interior, esa felicidad, ese sentido de convivencia ni mucho menos vivir en tranquilidad, porque toda acción corresponde a una reacción en sentido contrario y de igual magnitud.
Quizás creemos que el mejor camino es el de lograr lo que queremos a costa de lo que sea y pasar por quien sea, porque a veces así se ve, así pensamos, y ese pensamiento es muy individualista, nada cooperativo ni mucho menos la mejor opción pero al pasar el tiempo y al lograr eso que tanto queremos nos vamos a dar cuenta de que solo logramos una cosa, no la disfrutamos con quien queremos, perdemos cosas, renunciamos a otras, y en fin, la felicidad completa no se logra completar.
Nadie es perfecto y debemos comprenderlo porque no somos ni más ni menos que todos, debemos ponernos a pensar porque en nuestra vida cotidiana tomamos decisiones que cambian el rumbo de nuestro camino y que cuando queramos regresar será demasiado tarde.
El mundo sigue cambiando día con día pero, ¿cambia para bien?, lamentablemente no es así, y empeora cada día, ¿Cuántas veces hemos visto que se comete una injusticia? ¿Cuántas veces hemos visto las consecuencias de las malas acciones y malos hábitos? ¿Cuántas veces vamos a preguntarnos a donde vamos a parar? ¿Cuánto tiempo más vamos a esperar para pararnos de la silla en la que estamos sentados y vamos a luchar por el mundo que queremos? ¿Cuánto más tiene que pasarnos para comprender que necesitamos un cambio?
Necesitamos un cambio, tanto en nosotros como en la sociedad porque todos vivimos en este planeta azul, cuidémoslo y cuidémonos como seres humanos que somos y como hermanos de la misma especie, reflexionemos de todas estas virtudes y contemos cuantas tenemos y de las que tengamos hagamos un  balance diario de cuando las practicamos y que beneficio nos dan, quizás así logremos comprender lo necesarias que son y lo que sería si todo el mundo las practicara.
Gracias por leer este ensayo.
Antonio Ávila